El derecho de vivir en un ambiente limpio y libre de contaminación

Por Eduardo Torres Lara

Intentemos comprender el desarrollo sustentable, eso que se podría resumir como el derecho de vivir en un ambiente limpio y libre de contaminación, tanto nosotros como nuestros descendientes, desde una mirada local, desde la vivencia empírica de una ciudad emplazada en el centro geográfico de Chile, desde una ciudad de 120 mil habitantes, desde una ciudad costera y portuaria, forestal y residencial, industrial y patrimonial.

Coronel se originó al alero de la actividad extractiva de carbón iniciada alrededor de 1850. Ciudad que desde sus inicios fue privada, algo así como los campamentos del salitre del norte de Chile. Para comprender nuestra actual relación con el medio ambiente (y el concepto de sustentabilidad) es necesario entender cómo evoluciona este territorio desde una funcionalidad productiva a un modelo de desarrollo sustentable.

Concentración de CO2 en la zona costera de la región del Biobío.

En 1856 todo funcionaba en torno a la industria: agua, madera, personas, tierra, océano y ríos. El medio ambiente fue (y sigue siendo) el gran almanaque de nuestras necesidades, así como también nuestro mayor receptor de los desperdicios (muchas veces sin tratamiento alguno) que generamos.

Pero si llegase a servir de algo, por aquel entonces no existían estudios ni mucha evidencia sobre los impactos de nuestras actividades en el entorno. Hoy eso no es una excusa. Tanto es el impacto que producimos día a día que algunos científicos ya proponen el inicio de una nueva era geológica denominada Antropoceno.

Esta nueva era geológica se inició con el estallido de la Revolución Industrial, alrededor de 1820. De esta forma, Coronel es una de las primeras ciudades fundadas en el Antropoceno. Una urbe que obedece a la actividad industrial, la ciudad como un residuo de la industria. Una ciudad financiada por el capital privado, trazada, definida y planificada por los magnates de la era del carbón, donde apellidos como Rojas, Cousiño, Schwager y Délano son los que figuran en actas y decretos de la época. La ciudad en pocas décadas pasó de estar conformada por un puñado de viviendas de mineros (obreros) y empleados (ingenieros y administrativos), a ser un puerto mayor de carga de carbón. Al cierre de la actividad minera, en 1996, por decisión presidencial se reconvirtió en un polo industrial donde toda actividad que pudiese generar empleo fue bienvenida.

Coronel hoy es catalogada como una zona de sacrificio ambiental. En ella sus habitantes pueden ser sacrificados en nombre de un bien superior: el progreso. 120 mil almas que en contra de su voluntad son descartables para el Estado.

Recordemos que Coronel surgió por la necesidad de retener a la población que se desempeñó en la actividad minera. Desde su nacimiento, los y las coronelinos saben lo que es el humo negro de las chimeneas industriales, de la quema del carbón, de la permanente nube toxica sobre sus cabezas. Hoy en día la presencia de grandes fortunas ligadas a un reducido puñado de familias se mantiene, ya no son las de antaño, ahora los clanes familiares son Matte, Luksic, Errázuriz, Lecaros y Angelini.

Según datos del Registro de Emisiones y Transferencia de Contaminantes (RETC) dependiente del Ministerios del Medio Ambiente, algunas de las emisiones de CO2 más altas se producen en la ciudad de Coronel, siendo el mayor emisor las centrales termoeléctricas, que emiten un total de 32.301.203 ton/año de CO2Estas centrales termoeléctricas tienen una pequeña particularidad: están emplazadas en el centro urbano de la ciudad, a 500 metros del hospital, a 1000 metros de la plaza principal, a 300 metros de las viviendas.

¿Qué repercusión podría tener esto? ¿Acaso los coronelinos no han estado siempre viviendo con el carbón bajo sus pies y sobre sus cabezas? Esa parece ser la lógica que se emplea para caracterizar este territorio.

Después de las guerras y grandes terremotos (algunos con tsunami incluido) los desastres ambientales son las peores catástrofes que debemos enfrentar. A diferencia de las anteriores, una catástrofe ambiental se puede iniciar silenciosamente, prolongándose por años, actuando en completo silencio, esparciendo su veneno al ambiente y a las personas durante décadas de exposición antes de evidenciar su real impacto.

Todo lo que desechamos al medio ambiente de una manera u otra vuelve a nosotros. Durante décadas generamos diversos tipos de desechos derivados de la quema de carbón y de diferentes procesos industriales. Todos ellos liberados a la atmósfera, y una vez incorporados en el aire vuelen a nosotros cada vez que respiramos. También se incorporan al ciclo del agua al caer enlazados a las moléculas de agua, y así se filtran en la tierra y luego los consumimos a través de los alimentos.

En el año 2017, el Servicio de Salud del Biobío detectó la presencia de metales pesados en niños y niñas de Coronel. El estudio se realizó por la activa movilización de los habitantes de los sectores más cercanos a las termoeléctricas, dado que el Estado en ningún momento se ha interesado por lo que sucede en esta zona de sacrificio. No sé por qué este estudio se ha replicado de forma muy sutil, con muestreos reducidos, y siempre a grupos de niños, nunca se ha aplicado un estudio representativo de la totalidad de población.

Los metales detectados fueron arsénico y níquel. En algunas personas el arsénico superó los 300 microgramos por litro de sangre, cuando la referencia es de 35 microgramos por litro de sangre. El arsénico se elimina rápidamente por la sangre, por lo que si estos niños presentan resultados tan elevados quiere decir que su exposición es constante y que no se trata de episodios aislados. Los problemas que se presentan en un organismo contaminado por arsénico incluyen el cáncer de piel, de vejiga y de pulmón, así como también enfermedades circulatorias.

Los daños a la salud de las personas será un tema a tratar de largo aliento y esperemos que de forma prioritaria en la agenda pública. Pero cómo transitar hacia un modelo sustentable es la pregunta que sigue en discusión.

Biografía

Eduardo Torres Lara es geógrafo titulado por la Universidad de Concepción. Desde el año 2014 se desempeña en el departamento de asesoría de la Municipalidad de Coronel, en la región del Biobío. Sus principales áreas de interés son las relacionadas al ámbito urbano ambiental, destacando la elaboración de planes de protección y gestión de humedales urbanos, estudios de riesgos y protección ambiental. Desde este ámbito promueve la integración del espacio natural en las ciudades, con énfasis en la planificación territorial.
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